sábado, 15 de enero de 2011

Después de Origen la realidad te sabrá a poco

El imaginario colectivo siente predilección por las historias que tratan sobre la frontera que existe entre el mundo de los sueños y lo real. Platón, Calderón de la Barca y Lewis Carroll, en la literatura, o Mateo Gil y los hermanos Wachowski, en el cine, son sólo algunos de los muchos autores que no han podido resistirse a escarbar en este tema. Y es que, aunque sea por poco tiempo, todos hemos vivido una época en nuestra vida en la que nuestras fantasías se entremezclaban con la realidad que nos rodeaba, y no sabíamos si íbamos a casa de la abuela andando, a caballo o a bordo de un cohete espacial. La película de Christopher Nolan (El Caballero Oscuro, El truco final) pretende símplemente trasladarnos durante poco menos de dos horas y media a ese lugar escondido en un rincón de nuestra memoria.


Origen no provocará un cambio radical en tu manera de ver el mundo ni tampoco removerá tu conciencia. La única pretensión de esta obra es sumergirte en una quimera llena de acción y puntos álgidos que se superponen hasta la patada final. Lejos quedan los experimentos radicales de guión para el director de Memento (2000). En esta película, Nolan -que también firma el libreto en este film- quiere que caigas hasta el fondo en la madriguera de conejo sin que te asustes por las formas.

En el reparto cabe destacar la interpretación de Di Caprio dando vida a Dom Cobb que, si bien no está a la altura de su trabajo en Infiltrados o Atrápame si puedes, mantiene el tipo ante la emergente Ellen Page (Ariadna, en la cinta), a la que vimos saltar a la fama con Juno y que sostiene el hilo de la cordura de Cobb. Asimismo, Tom Hardy (Eames), Michael Cane (Miles), Marion Cotillard (Mal), Ken Watanabe (Saito), Joseph Gordon-Levitt (Arthur) y Dileep Rao (Yusuf); arropan al personaje de Di Caprio en su carrera por introducir una idea en lo más profundo de la mente del millonario Maurice Fischer (Cillian Murphy) sin que éste se dé cuenta.

Mención aparte merece el guión, que se presenta como el verdadero protagonista. Nolan consigue valerse de la propia historia para dar sentido a un trepidante desenlace hilado al milímetro (no os podéis imaginar hasta qué punto) para que todo encaje en las reglas de su juego. Después de disfrutar del clímax de Orígen, el montaje en paralelo del príncipe corriendo al rescate de su amada en peligro parece un recurso incapaz de volver a emocionar.

En definitiva, el director consigue crear una atmósfera libre de ataduras formales jugando con la realidad a su antojo. Nosotros, los espectadores, lo único que tenemos que hacer es dejarnos llevar por esa idea que, arraigada en lo más hondo de nuestra mente, nos susurra... "Disfruten del espectáculo".

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