viernes, 3 de abril de 2009

El pez guerrero de Tulsa

Hay personas que están locas porque están enfermas, y también hay individuos a los que se les trata como si estuvieran locos, aunque su mal no radica en una enfermedad, sino en haber nacido en el momento o en el lugar equivocado. Y esa desubicación unida a que los demás les traten como si estuvieran chalados puede llevar a la locura. Algo así es lo que dice el padre de Rusty (Dennis Hopper) cuando éste último confiesa que de mayor quiere parecerse a su hermano, el Chico de la Moto (Mickey Rourke).
En el acuario de Tulsa las cosas ya no son como solían ser. La droga ha acabado con las pandillas y, sin pandillas, Rusty (Matt Dillon) no puede llegar a ser la viva imagen de su hermano, que se ganó la fama en su día al convertirse en el líder de todas las bandas del barrio industrial. Coppolla nos muestra de manera sensacional los acontecimientos desde el punto de vista del Chico de la Moto que, como nosotros, sólo puede ver en blanco y negro y de vez en cuando se vuelve sordo, justo en el momento en que su “percepción” de las cosas se agudiza y queda ensimismado en sus propios pensamientos.

Sabemos que el Chico de la Moto ha salido del acuario para ver lo que hay fuera; su problema es que ha caído en otro acuario y no ha podido llegar a ver el océano. Así es que vuelve para caer derrotado, o quizá para animar a su hermano a que salga de allí y haga lo que él nunca fue capaz de hacer. De esto último nos damos cuenta en la escena de la tienda de mascotas, cuando él se sacrifica por el pez al que aún le quedan fuerzas para nadar hasta el mar.

Durante todo el film se nos deja ver que algo va a pasar y su llegada es inexorable, igual que el paso del tiempo que vemos en bastantes primeros planos. Incluso el dueño de los billares nos da una charla acerca del tiempo y de cómo se nos va escapando de las manos, a la vez que nos hacemos conscientes de los pocos veranos que nos quedan antes de nuestra cita con los gusanos. Esta tensión está presente durante toda la cinta con los marcados planos picados y contrapicados que se unen a los efectos de humo y luz que ayudan a crear, muy bien, por cierto, una atmósfera inquietante para el espectador.

En el final se nos muestran los ingredientes necesarios para crear un mito. Una injusticia, un personaje carismático y un sacrificio. Esos mitos a los que es tan aficionado el Chico de la Moto sin saber que acabará por convertirse en uno de ellos. La ley de la calle es sin duda uno de esos largometrajes que nos hacen reflexionar sobre la “tragedia” de los “chicos malos” y las consecuencias en sus propias vidas.


No hay comentarios: