
Las luces del alba lamían ya el cielo al colocarme al lado del lacónico aunque leal y ladino profesor de autoescuela, José Luis, mientras el delegado de la DGT, colocado a mis espaldas, articulaba las palabras que nos lanzaban a circular por entre las líneas que lindaban el laberíntico dédalo salmantino.
Con celo logré adelantar, señalizar y colocar el vehículo al lado de la calzada, salvando así el análisis lento y molesto que se lucraba con mi canguelo y librándome de la lacra de ser un lastre encarcelado en las chanclas de un "Labordeta" sin automóvil.
Hoy rindo tributo a la letra L.
1 comentario:
Te lo curraste, cielo. El carné y el pedazo de texto con una L magistral. Te veo en poco más de tres horas (jejeje).
Te quiero.
Athgaila
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